jueves, 6 de septiembre de 2007

Hacia el Sur con Dean

Unos minutos bastaron para cambiar el ánimo. La alegría duró poco; cerca de las cuatro de la tarde, minutos después que el mandatario estatal diera la entonces agradable noticia que el huracán “Dean” había pasado sin mayores estragos por la entidad y Campeche había superado la prueba, fue cuando el fenómeno dejó sentir más su fuerza sobre algunos puntos de la capital del Estado y en las comunidades aledañas, cuyas calles sólo lucían desolación y en algunos casos, desastre.
“Dean” era categoría uno, sin embargo, para algunas personas no tenía la menor importancia la categoría, les llovía y no paraba de hacerlo. Contables almas perdidas deambulaban por la ciudad y las patrullas militares, policíacas y demás recorrían las avenidas desiertas de personas, pero adornadas con postes y árboles caídos, obsequios que el huracán nos dio para que no lo olvidáramos.
Salí de Campeche y en la autopista se podía sentir el fuerte viento que tanto atemorizaba. La lluvia sí era un hecho, no un imaginario que quedó como eso en los habitantes de la capital. El huracán era un hecho fuera de San Francisco de Campeche.
En Seybaplaya, por ejemplo, jóvenes locales observaban la lluvia desde la terraza de una casa frente al malecón de la localidad en espera del “medio tiempo”, comparando el fenómeno con un partido de futbol y refiriéndose al tiempo que tardaría en entrar el ojo del huracán, que alrededor de las cuatro de la tarde, afirmaban no había pasado aún sobre la entidad, como se tenía previsto.
En la localidad, pesquera por antonomasia, el viento era capaz incluso de tirarte por algunos momentos, la lluvia picoteaba el cuerpo con una intensidad a veces inimaginable. Los barcos, si hubieran sido coches, podrían haberse comparado con un embotellamiento de tráfico en las horas pico de la Ciudad de México. Filas y filas de botes sobre las aceras del pueblo.
El estadio de béisbol incluso perdió su fachada principal hecha de lámina, todo un peligro que las autoridades no habían atendido.
Dejé Seybaplaya y Champotón era el destino. Se decía que la situación en el lugar sería más que catastrófica; no fue así. Salvo la gasolinera a la entrada del municipio, todo lucía con verdadera calma y sin daños mayores.
Árboles caídos y ramas desprendidas de los primeros estorbaban en algunos puntos de la ciudad, pero en definitiva no la casi apocalíptica situación que algunos planteaban en un principio. Seguí el camino.
El destino entonces era el municipio de Escárcega.
La carretera rumbo a Escárcega parecía por tramos intransitable. Muchos árboles en el camino y el viento contra la camioneta en que viajaba nos recordaban constantemente el poderío de la naturaleza.
En el camino no parecía que encontraría lugares con un daño significativo debido al mal estado del clima. Buscaba un lugar donde el agua entrara a las casas, terrenos inundados, aves de corral nadando y ese tipo de cosas que sólo se ven en la desgracia ocasionada por el paso de un meteoro de este tipo.
La búsqueda había resultado infructuosa (a menos que lo que se buscara fuesen árboles caídos) hasta el poblado de Gral. Ortiz Ávila, perteneciente aún ha Champotón, donde desde la primera impresión era posible darse cuenta de las verdaderas lagunas que rodeaban algunas humildes casitas.
La búsqueda continuó hasta no mucho más lejos. Xbacab, también perteneciente a Champotón, mostraba estragos mayores, incluso una especia de tractor estaba totalmente bajo el agua.
Una pareja de solitarios ancianos ya no tenían jardín y desgraciadamente podían presumir de una laguna privada. Como ellos muchos.
Pixoyal se encuentra a 16 kilómetros de Xbacab y hay algo que sonoramente lo une, lo sapos croando a decibeles impresionantes.
Llegar ahí es una verdadera odisea, ya que el camino se encuentra lleno de baches gigantes, árboles caídos e incluso un tramo totalmente bajo el agua.
Cuando al fin Pixoyal estuvo a la vista (ni tanto porque ya era de noche al arribo), se trataba prácticamente de un pueblo fantasma. Minutos después apareció un señor con una veladora y confirmó la sospecha, el pueblo no tenía luz desde la mañana y nadie, ya fuese militar o estatal había aparecido para ofrecer ayuda.
Inició el regreso a Campeche, el camino era oscuro, las comunidades antes mencionas seguían sin energía eléctrica, pero el camino ya no estaba tan sucio, los militares lo habían limpiado.
Champotón ya tenía electricidad y en algunas casas con las ventanas abiertas incluso se podía ver la imagen de “Dean” en el satélite, en otras, las telenovelas. Algunos curiosos se dieron cita en el malecón de ese municipio para ver el mar que ya no tenía agua donde antes la había.
Llegué a Campeche, la tranquilidad se respiraba de nueva cuenta en el aire. Ahora la alarma se había extendido a Ciudad del Carmen. Los campechanos, al parecer, nunca tuvieron un verdadero huracán.

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